Fue la personalidad más reconocida del ámbito judicial de Bahía Blanca y ejerció su profesión de 1955 hasta 1987. Falleció en octubre del año pasado. El juez en lo correccional de Bahía Blanca, José Luis Ares, lo recordó con este escrito.
EL J.J. QUE CONOCÍ
«Cuando se me invitó a escribir una reseña del doctor Juan José Llobet Fortuny, acepté el honor sin titubear; sin embargo, al meditar acerca de lo que iba a exponer de una personalidad tan rica y polifacética, en unas pocas líneas, la cosa se complicó. Pensé entonces en recurrir a un par de anécdotas que me tocaron coprotagonizar y dar algunas pequeñas pinceladas, seguramente mínimos datos de una vida que supo disfrutar con solidaridad, amor y respeto al prójimo.
«En el colegio secundario lo había visto en la imponente sala de juicios orales cuando un profesor de instrucción cívica nos llevó a presenciar un debate. Sin embargo, debieron pasar muchos años para que lo conociera personalmente.
«Hacia fines de 1987, quien esto escribe había arribado a la Cámara Penal como prosecretario. Una mañana, reunidos con los jueces en diaria sesión de estudio de casos y firma, un ordenanza anunció la presencia del doctor Llobet Fortuny. Hombre alto y elegante, llevaba traje gris con chaleco y sombrero al tono; se había retirado unos meses antes y era evidente la nostalgia por la función que tan apasionadamente abrazara.
«Uno de los rasgos más salientes de su personalidad era su cortesía y respeto para con sus circunstanciales interlocutores. “Doctoreaba” a todo joven y bisoño abogado que de esta manera elevaba su autoestima. Recuerdo que después de las presentaciones de rigor me dijo: “doctor, ud. que es joven y seguramente entusiasta, le aconsejo que aproveche su tarea y tome nota de las anécdotas de los juicios orales”.
«Más tarde supe que amaba esas historias mínimas, a veces graciosas, otras patéticas, pero siempre interesantes que anidan en los procesos llevados ante la justicia penal y que, incluso, publicó varias en sus libros y artículos. Como era de esperar, necesitado de afianzarme en la nueva función, hice caso omiso a ese sabio y sano consejo, desperdiciando toda la riqueza de un centenar de juicios orales por homicidio.
«Sin embargo, una vez llegado al cargo de juez, recordando aquello, habilité un cuaderno donde hace casi tres lustros anoto esas ricas historias, verdaderos retazos de vida de operadores y justiciables. Desde luego, cuando alguna vez las publique, en el prólogo estará esta inevitable referencia al querido J. J., a quien se lo hiciera saber alguna vez, mostrando su beneplácito.
«Una cosa que llamaba la atención era lo bien que se llevaba con la tecnología. Fue uno de los primeros hombres de derecho que conocí en usar computadora personal y enviar correos electrónicos. J. J. ya había dejado el deporte de la paleta y así fue como pasé a jugar al padel, mezclándonos jóvenes y veteranos en reñidos encuentros que terminaban con una refrescante bebida y una jugosa charla.
«Debo admitir que años después de conocerlo, empecé a imitar el formato de sus notas en la prensa. Discutíamos temas jurídicos, intercambiábamos artículos y compartimos varias posiciones, como el claro rechazo a la llamada pena de muerte.
«Recuerdo que a poco más de un año de asumir como juez, dicté un fallo que generó polémica, y gran parte de los políticos y de la prensa de la ciudad me estaban “destrozando”. En esos días nos encontramos con el doctor Llobet en una de esas tenidas deportivas, y luego de saludarme con un fuerte apretón de manos, mirándome fijamente a los ojos, me dijo con su voz firme y fuerte: “doctor, su fallo es correcto y a ud. lo van a respetar”. Es difícil transmitir lo que ese apoyo puede significar para alguien que -si bien tenía una larga experiencia en la tarea judicial- hacía sus primeras armas en eso de decidir y firmar.
«Seguramente habría mucho para decir de su función judicial, su rica e intensa vida familiar, su febril labor en instituciones de bien público y su destacado desempeño deportivo en diversas disciplinas, pero entiendo que estas escasas pinceladas alcanzan para trazar un contorno de la figura entrañable del J. J. que conocí.»