
Foto: diario Río Negro
El accionar de la represión en la zona de Viedma comenzó a ser analizado por el Tribunal Oral Federal que desde fines de junio juzga en Bahía Blanca a 17 imputados por delitos de lesa humanidad cometidos en el ámbito del ex Quinto Cuerpo de Ejército. Entre ellos figuran cuatro ex miembros de la Policía Federal con actuación a mediados de los años 70 en la capital provincial. Se trata de Carlos Alberto Contreras, Vicente Forchetti, Héctor Abelleira y Héctor Arturo Goncalvez.
En una larga sesión, conformada con testimonios duros y extensos, varios ex detenidos contaron en detalle los operativos en los que fueron secuestrados, informó el diario Río Negro.
Oscar Amílcar Bermúdez, 60, ubicó a Forchetti y a Contreras en el grupo que lo secuestró el 7 de enero de 1977 en las afueras de Viedma. Después fue entregado a una comisión del Ejército y alojado en el centro clandestino de detención La Escuelita, que funcionó en terrenos del ex Quinto Cuerpo entre los años 1976 y 1977. Allí Bermúdez fue torturado y uno de los que le aplicaba tormentos era Julián «Laucha» Corres. «En una de las sesiones de picana vino alguien y se puso a dialogar con quien me picaneaba. Ahí se me corrió al venda y pude divisarlo. No me olvido más de su rostro» relató Bermúdez sobre el ex teniente coronel del Ejército fallecido en agosto pasado y que debido a una enfermedad terminal no pudo asistir a ninguna de las audiencias que se desarrollan en el aula magna del edificio del rectorado de la Universidad Nacional del Sur desde el pasado 28 de junio.
«Había días en los que estaba duro y no me podía mover. Fuera de las sesiones de tortura, los castigos que aplicaban por cualquier arbitrariedad eran a través de latigazos y patadas. Ese era el clima que se vivía en La Escuelita» rememoró el testigo.
«Se secaba la garganta de manera asombrosa y pedíamos agua en forma constante» dijo Bermúdez quien también detalló un momento en el que le colocaron un arma en el medio de la boca y apuntando hacia el cerebro. «Fue después de una sesión de tortura en la que el Tío (por Santiago Cruciani, uno de los interrogadores de La Escuelita, también fallecido), le dijo al Laucha que eso no daba para más y que me tenían que reventar».
Bermúdez también ubicó a Corres en los interrogatorios a los que fue sometido posteriormente en la cárcel de Villa Floresta, junto a otros detenidos como Julio y Rubén Ruiz y Pablo Bohoslavsky.
Una vez secuestrados, los detenidos eran trasladados primero a La Escuelita, luego al batallón de Comunicaciones del Comando, dentro del mismo predio del ex Quinto Cuerpo y finalmente, una vez puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, eran blanqueados en la cárcel de Bahía Blanca.
Algunos, como Héctor Ayala, 71, también fueron alojados en el penal de Rawson. Ayala atribuyó su secuestro, ocurrido la noche del 20 de diciembre de 1976 a que junto a un grupo de compañeros de actividad había salido a repartir volantes para conmemorar un nuevo aniversario del fallecimiento de Juan Perón. También identificó a Contreras como uno de los que participó de su secuestro en una chacra de las afueras de Viedma.
A pedido del fiscal Abel Córdoba y con la oposición de la defensa, Ayala señaló el lugar, en el segunda fila del aula magna donde se desarrolla el juicio, en la que estaba sentado Contreras. Ayala también dijo recordar la voz de Forchetti, por aquel entonces jefe de la Policía Federal en Viedma.
A su arribo a la sede del comando, Ayala dijo que recibió patadas de varias personas colocadas en círculo. «Era un patio y me pegaron de todos lados. Me atajaba y me pegaban patadas. ¿Eso es la tortura?, me pregunté. Cuando pasé la puerta de rejas de La Escuelita me di cuenta que la tortura era en serio. Fue bravo» remarcó el testigo que calificó de «alevoso» el trato recibido en La Escuelita.
«Salí tres veces a la parrrilla. En la tercera me hacía cargo de la muerte de Carlos Gardel sin ningún problema. Firmé un papel que no sabía que decía. No aguantaba más. Me quería morir. Cuánto más rápido, mejor» relató, con la voz algo quebrada, Ayala, nacido en La Plata, donde integró el gremio de no docentes de la Universidad Nacional y debió abandonar la capital bonaerense, según testimonió, después que la triple A asesinara a varios compañeros suyos.
De sus días en La Escuelita, recordó cuando llegó un grupo de jóvenes a los que no pudo ver «pero sí sé de la tortura por la que pasaban por los gritos que se oían. Pedían por la mamá. Mamita querida, era todo el grito que se les escuchaba». Al ser trasladado desde el Ejército a la cárcel, Ayala identificó como el cabecilla del grupo que lo recibía a Leonardo «Mono» Núñez, otro de los procesados que falleció antes del inicio del juicio. Junto a él se encontraba «Bachi» Chironi. «El pobre estaba destrozado, muy mal, lo tuvieron que llevar los compañeros arrastrando, porque no podía ni pararse» relató sobre el ex detenido, ya fallecido.
Ayala destacó la labor del ex obispo de Viedma Miguel Hesayne, para acompañar a las familias en la tarea de dar con los secuestrados y dijo que le debe su vida a él. No obstante la gestión del religioso, Ayala declaró que uno de los jefes del batallón de entonces en una oportunidad lo engañó y le aseguró que ellos estaban bien, cuando en realidad, si bien ya no sufrían tormentos, aún arrastraban los padeceres del centro clandestino de detención.
Tanto Ayala como Bermúdez y Armando Laurenti, un ingeniero agrónomo que también pasó por La Escuelita, ubicaron entre los secuestrados a Oscar Meilán y su esposa, «Cacho» Crespo, Emilio Villarruel, García Sierra, Gómez, Tono Abel, entre otros. Varios de ellos se reconocieron y pudieron dialogar recién al ser trasladados al batallón, ya que durante su presencia en La Escuelita no les permitían hablar ni tener contacto con otros detenidos. Allí sólo se identificaban a través de sus voces o por algún descuido de uno de los guardias.
Laurenti, 64, integraba junto a Bermúdez el Frente Universitario Peronista de Agronomía. Dijo desconocer si había médicos en el centro clandestino de detención aunque recordó que «había alguien que nos tomaba el pulso y nos auscultaba donde nos daban electricidad». Dijo que para orinar les pasaban un tarro de unos cinco litros y que sólo una vez le dieron permiso para ir a defecar fuera del edificio.
Mirta Díaz, la esposa de Ayala, también dio cuenta del sufrimiento que atravesó su familia desde que comenzó a ser perseguido en La Plata y luego cuando su marido fue secuestrado en las afueras de Viedma. «Veníamos arrastrando la pérdida de la gente que había sufrido y después fue el tormento psicológico» detalló y comentó un episodio que la devolvió a aquellos días en que, sola, se dirigía a Rawson a ver a su marido, en los meses finales de su largo período de detención. «Hoy mi psiquis, sabiendo que iba a pasar esto, me retrotrajo a aquello porque antes de declarar, he ido cuatro veces al baño. Lo mismo me ocurría al llegar a Rawson y me vuelve a pasar hoy. Llegar y sentir esa presión, ese odio, no parecía que fueran humanos los que estaban ahí esperándonos» en referencia a los responsables del penal y a los 17 imputados que siguen el juicio desde las butacas del aula magna universitaria.
Sobre el cautiverio de su marido, reveló que lo llevó a perder treinta kilos de peso.