A doña Esther Margarita Gizzi le sorprendió que llamaran a su puerta tan temprano. Es que desde que la casa ya no funciona como pensión, poca gente se acerca a visitarla fuera de los horarios ya conocidos por su familia. Sin embargo, ayer doña Esther acudió al llamado del timbre sin preguntarse nada.
Afuera, una adolescente le decía que quería alquilar una habitación. El cartel que puso su nieta para tratar de remontar el negocio había quedado pegado en el frente y nadie se encargó de sacarlo. Esa circunstancia hizo más lógica la consulta, por eso no hubo más sospechas antes de girar la llave.
Sin embargo, cuando la jubilada de 72 años abrió la puerta para explicarle a esa joven que la información no era correcta, un hombre de entre 30 y 40 años apareció de repente, la empujó dentro de la casa y, sin dejar de reírse, la hizo caer y golpear en un pasillo.
Como queriendo negar lo que pasaba, doña Esther se incorporó y ofreció sus servicios, sin embargo, fue en ese momento cuando el delincuente la golpeó más fuerte en el rostro y le dijo, «¿no te das cuenta que esto es un asalto? Dame la plata».
«Estaba con el rostro descubierto y usaba una pistola, no un revólver», dijo la mujer demostrando el conocimiento por las armas que le transmitió su padre policía cuando era una niña, y se preparó para vivir lo peor.
«(El ladrón) Me decía levantáte, levantáte, y yo, que tengo una discapacidad en un brazo, no podía hacerle caso. Entonces, me golpeaba«, recordó la mujer haciendo referencia a un accidente de tránsito que le dejó una secuela permanente en una de sus extremidades.
Después de atarla y dejarla sentada en el sillón, el delincuente se dedicó a revolver todos los ambientes, mientras que la chica que había tocado el timbre en principio, «miraba con cara de sorprendida».
Según estimó Gizzi, la mujer no actuaba en complicidad con el ladrón, «(la chica) miraba con los ojos abiertos bien grandes y no decía nada. Sinceramente, para mí fue obligada a hacer lo que hizo».
Cuando el ladrón terminó de recorrer los distintos ambientes de la casona de Hipólito Yrigoyen, empezó la peor parte para la víctima.
«Me levantó, me hizo sentar en una silla que tengo cerca de un enchufe y sacó un cable. Lo peló en la punta y lo enchufó. Yo no entendía nada hasta que empecé a sentir la corriente por la espalda. Nunca pensé que existiera alguien capaz de hacer algo así», dijo mientras la acompañaba su marido, Emilio Córdoba, un trabajador incansable de 74 años que, a esa hora, todavía estaba repartiendo diarios.
Ante semejante apremio, la mujer decidió entregar todo lo que tenía, «me llevó la jubilación y el aguinaldo, además de unos anillos de oro y las tarjetas de crédito», dijo antes de compartir una frase de su victimario que la dejó helada: «La verdad es que te tendría que matar. Mirá todo lo que tenés y no me lo querés dar».
Tras eso, el delincuente huyó caminando junto a la joven por la calle Saavedra, no sin antes robarse las llaves del frente de la propiedad, mientras que Esther Gizzi logró salir a la calle sin sacarse las ataduras, hasta que una vecina que casualmente pasaba por esa cuadra, la ayudó a liberarse y llamar a la policía.
«Me tuve que arrodillar para que (el delincuente) no me vuelva a dar corriente, fue lo peor que viví en mi vida», recordó en el cierre, antes de subrayar que debió cambiar todas las cerraduras porque «ahora nada es lo mismo. Yo tengo miedo», concluyó. (La Voz del Pueblo)