
Foto: Página 12
Esa madrugada no pudieron convencerlo de quedarse. “Yo también soy un trabajador que no me alcanza la plata y nos están robando, tengo que estar ahí, tenemos que echar a todos”, dijo Jorge Demetrio Cárdenas, y salió con su hijo Martín y un vecino.
La familia se quedó en su casa de Merlo y prendió el televisor porque otra vecina había ido corriendo a avisarles: “Pongan Crónica, están diciendo que mataron a tu papá”. Así lo vieron, tirado en un charco de sangre al pie de las escalinatas del Congreso. “Desesperados, ciegos de dolor, no sabíamos qué hacer, no teníamos en qué ir hasta Capital, esa noche todo era un caos. Un remisero amigo nos llevó con mi hermano Juan. En la radio decían que trasladaban al primer herido de bala de plomo al Hospital Ramos Mejía. Cuando llegamos lo estaban operando, le pusieron dos litros de sangre y le salvaron la vida”, dice Verónica Cárdenas a Página/12.
Cárdenas nació en Bahía Blanca, tenía 52 años, era martillero público, llegó a tener cinco inmobiliarias y fue delegado municipal de Libertad, en el partido de Merlo. “Tenía varios hermanos, a dos no conoció porque su mamá los dio en adopción, pero creció con otras dos hermanas en Temperley”, cuenta su hija.
“Le iba bien en los negocios, era muy solidario y se fue ganando cariño y respeto en el barrio”, agrega Verónica, que nació luego de Juan Manuel y antes que Sergio Martín, los tres hijos de la pareja. “Era un romántico, me conozco todas las películas de Sandro por él, en las fiestas salía a bailar y animaba a todos, le gustaba Luis Miguel pero también los Redonditos de Ricota, le compraba los cassettes a mi hermano Martín, que hoy es fanático”, recuerda.
De sus cuatro nietos sólo llegó a conocer a Marina, la hija mayor de Verónica que hoy tiene 15 años. “Era la luz de sus ojos, jugaba con ella tirado en el piso como no había podido hacer con nosotros porque trabajaba mucho”, dice.
Ese 20 de diciembre de 2001 los medios lo habían dado por muerto, pero su esposa, Blanca Lobo, llamó a varios para pedirles que lo desmintieran, “no sea cosa que vaya a pasarle algo si creen que está muerto”. Tenían miedo, en los días que siguieron recibieron amenazas y llegaron a tener custodia de Gendarmería. Cárdenas fue baleado dos veces, una en la ingle con un balazo que le perforó la arteria femoral y otra en la pierna, de donde le sacaron un proyectil de 9 milímetros.
Cárdenas había sobrevivido luego de ser baleado en el Congreso y el día que declaró Fernando De la Rúa fue a Comodoro Py con una copia de la foto que lo muestra tirado en las escalinatas. Tuvo fuerzas para ir a alguna reunión de las asambleas multisectoriales que florecían por esos días, donde mostraba orgulloso sus cicatrices, como heridas de guerra.
Pero comenzó a deprimirse luego de la muerte de su hermana. “Pasaron los días, los meses, y mi papá empeoraba, tenía miedo, no podía ir a trabajar, extrañaba mucho a la mamá de Darío, que falleció por depresión al año que mataron a mi primo. Quedo solo en ese momento, luchando por él”, dice su hija.
El 22 de julio de 2002 fue internado por alta presión, tuvo un ACV y no pudo salir de la terapia intensiva, falleció cinco días después. “Fue una lucha que no pudo ganar, esto fue a consecuencia de los disparos que le provocó la Policía Federal, pedimos justicia, que el policía gatillo fácil que le disparó vaya a la cárcel”, afirma su hija, Verónica Cárdenas, como vocera de la familia.
LA FOTO
La escena recorrió el mundo, pareció ser el primer muerto de la masacre del día después. Pero Jorge Demetrio Cárdenas estaba vivo cuando unos pocos reporteros tomaron esa foto y “con la otra mano llamábamos a una ambulancia”, como recuerda Gonzalo Martínez, de Página/12.
Era la madrugada del 20 de diciembre y los manifestantes de Plaza de Mayo iban hacia Congreso. “La sensación de momento histórico la tuve desde que escuché las cacerolas, parado en la puerta del diario mientras la gente salía como hormigas hacia la plaza. Los fotógrafos, que venían de un larguísimo día de saqueos, ya se habían ido, pero tenía que ir a ver qué estaba pasando. El vértigo duró toda la semana”, dice Martínez.