Todas las semanas la Argentina renueva su capacidad de sorpresa. En las últimas horas, el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner promovió un plan para el blanqueo de capitales, es decir, billetes en negro de regreso al sistema, aún cuando las denuncias por supuesto lavado de dinero rozan al poder.
No contento con eso, el proyecto exime de cualquier tipo de sanción administrativa y penal a quienes depositen sus dineros, pesos o dólares en la cuenta del banco que les caiga más simpático y de este modo completen el proceso de blanqueo. ¿Cuál es el objeto de esta decisión? El prestigioso economista Oscar Liberman, presidente de la Fundación Mercado, hizo una cuenta rápida: “si lo que pretenden es frenar la fuga de dólares les va a durar poco; lo que ingrese como dinero al sistema (tal vez 4 mil millones de dólares) les puede durar máximo dos meses y en la Argentina se han llegado a fugar por año 40 mil millones de dólares, sacá la cuenta…”.
El malhumor social se hizo evidente luego del anuncio. Al plan se lo denominó “proyecto de exteriorización voluntaria de capitales”. La exteriorización, según explica la real Academia Española es “hacer patente, revelar o mostrar algo al exterior”. Aquí se trata de dinero; dinero que al fin y al cabo no tributa ni nadie sabe de su existencia. Quienes lo poseen no deben preocuparse por nada, sólo por mantenerlo oculto y gastarlo con inteligencia y decoro para evitar preguntas incómodas. Por otro lado están aquellos ciudadanos que han “exteriorizado” su vida al fisco, tributándole cada detalle de su existencia, soportando una presión impositiva notable a nivel mundial como la argentina; ellos viven preocupados por las notificaciones de la AFIP, por los controles, por cada “papel” que llega por correo. Son aquellos hombres y mujeres que han decidido, a pesar de todo, no claudicar y mantener una corrección impositiva que les permite a los gobiernos de turno hacerse de ese dinero para utilizarlo y mal utilizarlo en lo que les plazca.
¿Cuál es el mensaje que recibe la población? ¿Hay que “negrear” el dinero lo más que se pueda, porque luego el poder va a premiar a quienes así lo hagan en detrimento de quienes no? ¿Cómo es la lógica que reina en la Argentina de hoy? ¿Qué sentido tiene para un monotributista estar al día, mantener su emprendimiento a flote pagando impuestos, contratar personal poniéndolo en blanco con gran esfuerzo si luego la victoria es para el tramposo que abre un local, un comercio, una empresa o un medio de comunicación con dinero inexplicable?
Un economista advirtió: “no todo ese dinero en negro es dinero mal habido”. Cierto. El punto es que hay montos y montos. Nadie debe espantarse si alguien guarda, supongamos, diez mil dólares fuera del sistema, aunque sea incorrecto; pero si de pronto un individuo aparece blanqueando cientos de miles o más, el Estado le está colocando una alfombra roja para darle la bienvenida al mundo de la legalidad. Para colmo de males, en estos momentos, el gobierno nacional está atravesado por denuncias que involucran en supuesto lavado de dinero y giros “negros” al exterior al empresario Lázaro Báez y al ex presidente Néstor Kirchner. El titular de la AFIP se apuró a decir que Báez no podrá ingresar en este plan por estar investigado, una explicación tan cándida como creer que los testaferros no pueden hacer esos favores.
“El problema de este gobierno es que mezcla cosas buenas con cosas malas y luego pesan más las malas”, afirmó en relación al blanqueo el economista Oscar Liberman. No miente. El otro problema es cuando se convierte en juez y perdona sin vergüenza sus propias faltas.